Acuerdo técnico con el FMI: una oportunidad condicionada por desequilibrios internos
El entendimiento permitiría a Argentina acceder a USD 2.000 millones, sujeto a la aprobación del Directorio Ejecutivo del organismo internacional a fines de julio.
La directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva y el presidente de la Argentina, Javier Milei |
El reciente acuerdo técnico entre el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Gobierno argentino, en el marco de la primera revisión del programa respaldado por el Servicio Ampliado del Fondo (SAF), habilitaría el desembolso de aproximadamente USD 2.000 millones.
Según el comunicado oficial del FMI, el programa ha tenido un "inicio sólido", con avances en materia de desinflación, crecimiento económico y reducción de la pobreza. También se destaca el retorno anticipado de Argentina a los mercados internacionales de capital. El anuncio fue celebrado como un hito por las autoridades, y provocó una reacción positiva inicial en los mercados de la Argentina.
No obstante, este rebote en los mercados financieros, se da en el marco de una fuerte caída en los últimos meses y para que la tendencia positiva se consolide en lo que resta del año, es imprescindible analizar los fundamentos y consecuencias del programa económico con mayor profundidad.
Esos logros mencionados por el FMI, conviven con fragilidades estructurales que no deben pasarse por alto.
En mis notas anteriores, he alertado sobre una serie de riesgos que siguen latentes:
La deuda en pesos bajo instrumentos como LECAP y BONCAP ya supera el monto de la deuda con el propio FMI. Esta concentración de vencimientos incrementa la exposición al riesgo financiero doméstico.
La sustitución de instrumentos indexados al dólar por deuda a tasa fija puede parecer una estrategia prudente, pero en realidad se trata de una maniobra que apunta a licuar pasivos ante una eventual devaluación. Esto implica un mayor volumen de deuda interna, no necesariamente más sostenible.
La eliminación de las LEFI, que liberó $10 billones en el sistema financiero, no fue debidamente calibrada. La medida disparó la demanda de dólares y obligó al Tesoro a pagar tasas crecientes para absorber liquidez, comprometiendo aún más las cuentas fiscales.
A pesar del acuerdo, las reservas internacionales netas siguen siendo críticamente bajas, una advertencia que el propio FMI hizo pública. Sin una recomposición rápida y efectiva, cualquier estabilidad será transitoria.
Si bien el ministro de Economía Luis Caputo celebró el acuerdo como “mejor que el anterior” y aseguró que permitirá refinanciar deuda y reabrir el acceso a los mercados internacionales, desde una mirada técnica advierto que, sin reformas estructurales reales, sin una acumulación efectiva de reservas a partir de un superávit comercial sostenido, y sin una prudencia fiscal capaz de resistir tensiones sociales, los beneficios del programa pueden diluirse con rapidez.
Este acuerdo representa, sin dudas, una oportunidad. Pero no debe confundirse con una solución definitiva. El equilibrio financiero y la recuperación económica requieren más que desembolsos puntuales: hacen falta consistencia, transparencia y una arquitectura económica alineada con una ingeniería financiera capaz de minimizar riesgos sobre la base de nuestras capacidades productivas.